EL ENTORNO DONDE VIVIMOS
Dando una vuelta
por las calles de cualquier ciudad o pueblo, podemos observar como florecen las
antenas de telefonía disimulando muy bien, en algunos casos, su potencia
nefasta, como bombas silenciosas que ametrallan continuamente nuestro cerebro.
Como
digo se mantienen camufladas, en algunos casos, y no por ello menos dañinas,
aunque a los ojos de la mayoría no tengan apenas relevancia.
Al
tomar mediciones con aparatos descubrimos tristemente que hay efectivamente un
ruido ensordecedor que no pasa desapercibido para nuestra otra mente, esa que
está siempre vigilante y que capta todo a nuestro alrededor.
Sigo
caminando, mirando, oliendo…Ya no huele como antes, huele diferente, huele a
pollo a l’ast, a kebab, a pis, a cloaca, a asfalto y a humedad. Menos mal que
también hay lugares que huele a canela, a regaliz, a gofres de chocolate, a mar…a
nuestro mar, cuya brisa se cuela hasta bien dentro de tierra, regalándonos ese
olor a sal, que se mezcla con el olor a pino, a encima y a olivo, también a
jazmín.
Que
inteligente es nuestro cerebro, que enseguida se relaja con estos olores y se
pone en guardia con los anteriores.
Y
si hablamos por encima del bombardeo masivo de pesticidas, alérgenos,
degradantes y compuestos volátiles que están detrás del origen de muchas
patologías que sufrimos los seres humanos. ¿Cómo podemos hacernos los sordos,
los ciegos y los mudos ante tanta barbarie?
El entorno es el primer
factor que puede estar detrás de la degradación de la salud porque representa el
primer eslabón que el ser humano ha de conquistar. Adaptarse al alud de tóxicos
que merodean en el ambiente es la primera dura prueba a que sometemos nuestro
organismo, y de fallar en ese intento, acontece la enfermedad a edad muy
temprana.
Todas y cada una de nuestras células están
continuamente bajo los efectos del entorno y ellas, esas diminutas formas de
vida que se unen para formar el todo se ven atacadas de una forma ruin y
devastadora.
En el entorno hay multitud de contaminantes
acechando a la espera de algún signo de debilidad de nuestro sistema
inmunitario.
En el entorno nos presentamos el mundo en el cual nos relacionamos, las
personas que nos rodean, el aire que respiramos, la ciudad o el pueblo donde
vivimos, las calles que transitamos, los coches, la ropa, el peinado, las
imágenes que vemos, la música que escuchamos, los olores que percibimos e
incluso las emociones que sentimos.
El entorno es como los
haces de luz que nos envían el Sol o la Luna, fibras invisibles que lo
envuelven todo y nos atrapan, dando forma a nuestra realidad.
La sociedad tal y como la
conocemos, nos invita sin discusión a seguir un determinado rumbo marcándonos
el paso a seguir y castigando cualquier intento de marchar con el pié cambiado,
de salir de ese patrón social marcado y preestablecido por la cultura y la tradición,
además de por los intereses económicos.
Las formas de edificios,
esculturas, pinturas, muebles, espacios arquitectónicos y naturales producen
efectos diferentes en cada uno de nosotros. Estos elementos adquieren un
protagonismo extra en cuanto que moldean nuestros sentimientos y
comportamientos hasta tal punto que decidimos que está bien o mal en base a
esas emociones y sensaciones sin prestar atención a nuestro Yo más interior.
Obligamos a nuestro Ser a callar, ocultándolo en las profundidades de nuestro
interior y aflorando en su lugar al ego.
Desde el ego, nos hacemos
un ideal de los valores más importantes en nuestra vida como son las
posesiones, lo que hacemos, cómo nos relacionamos y qué conseguimos. Cuando no
tenemos éxito en nuestros objetivos o cuando se desvanecen todas las cosas
materiales que sustentan al ego, caemos en la depresión. Es en estos momentos cuando nos replanteamos
nuestra existencia intentando descubrir quiénes somos y dónde nos dirigimos.
Como buenos navegantes, debemos saber
que para llegar a un determinado puerto, hemos de conocer dónde nos
encontramos, para de esta manera, de esta manera trazar el rumbo adecuado.
Como se ha dicho, “la vida
es un reflejo de las decisiones, hábitos, elecciones, creencias, emociones y
comportamientos que han existido justo hasta el momento presente”. No hay más
que observar a la gran mayoría de nosotros, sin juzgar a nadie, para darnos
cuenta de la vacuidad de nuestras vidas, de la falta de esencia y del
comportamiento repetitivo, monótono y antinatural del cual hacemos gala.
Para cambiar el entorno que
nos rodea, primero hemos de cambiar nosotros y para cambiar nosotros hemos de
hacer cosas diferentes. Para hacer cosas diferentes, hemos de alejarnos del
entorno y para alejarnos del entorno hemos de acercarnos a nosotros mismos y a
la naturaleza. Sólo así de esta manera conseguiremos estar en paz y vivir una
vida feliz y plena.
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